Cuando nos cuesta escuchar la mentira, pero nos duele la verdad

Cuando nos cuesta escuchar la mentira, pero nos duele la verdad

Odiamos la mentira pero también la verdad que a veces escuchamos nos duele, en fin no es que queramos la verdad; lo que en realidad queremos es no sentir dolor, quizá por ello no estemos dispuestos a reconocer lo que realmente esta ocurriendo por miedo a no soportar aceptarla.

Si bien es cierto que a veces la verdad duele. La franqueza es una virtud, bien aplicada puede ser motivo de grandes amistades, pero si la usas en tu contra tendrás a los peores enemigos. Hay que tener tacto para decirla, saber a quien decirla y el secreto está en guardarla cuando quien tiene que oírla no tiene la madurez para aceptarla. Es mejor ver, oír y callar si es necesario. No mientas ante una situación, pero si crees que tus palabras pueden lastimar, es mejor no hablar, no decir nada, esto puede ser convertirte en «Resiliente» saber cuando y de que forma decirlo.

La peor verdad sólo cuesta un gran disgusto. La mejor mentira cuesta muchos disgustos pequeños y al final, un disgusto grande.

Cuando hay verdades que no nos gustan, la mentira es la forma más efectiva de autoengaño, por eso a veces preferimos una mentira piadosa a una cruda realidad. Sin embargo, la cruda realidad no deja de tener un gran poder trasformador que mutilamos cuando la cubrimos de mentira. Piensa que solo a partir de lo que aceptamos podemos cambiar y mejorar. Por ejemplo, para ser más atento con los demás necesito aceptar que en este momento no estoy mostrándome todo lo atento que podría. Piensa que nadie puede mejorar en base a algo que no acepta.

Los científicos han descubierto que nuestro cerebro no busca la verdad, sólo busca que sobrevivamos, que llevemos la fiesta en paz, que nos sintamos bien con nosotros mismos. ¿Qué quiere decir esto? Que no sólo mentimos de forma consciente sino también de forma inconsciente (que mentimos convencidos de que es verdad). En palabras de Cordelia Fine: “…nuestro cerebro trata de convencerse siempre de la opción más cómoda, de la que concuerda mejor con su propia realidad. Por eso memoria e inconsciente se encargan de ajustar lo que no encaja, de cambiar lo que no gusta, de eliminar lo que duele y de ensalzar lo que agrada.”. En corto, que vivimos engañados por nosotros mismos.

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¿Por qué mentimos?

Mentimos porque así somos capaces de sobrevivir en un mundo donde las apariencias tienen el monopolio de las relaciones sociales. Mentimos porque así podemos defender a nuestro ego cuando se ve amenazado. Mentimos porque queremos sacar provecho de una situación. Mentimos porque tenemos miedo a que nos reprendan por algo que presumimos, no hicimos bien. Mentimos porque vimos hacerlo a nuestros padres, cuando no querían que por nuestra edad, escucháramos algo indebido o que amenazara nuestra integridad. Mentimos porque está en nuestra naturaleza humana hacerlo. En la práctica, mentimos porque es nuestro comodín para legitimarnos socialmente.

Cuando la mentira es una verdad no aceptada

Diferentes estudios demuestran que de media las personas contamos más de una mentira al día. Lo cierto es que no existe ningún ser humano que no haya caído en la tentación de utilizar la mentira en un momento u otro de su vida. Para muchos, son compañeras habituales y las utilizan para evitar el primer impacto, poderoso y algunos casos doloroso, de la cruda realidad. Sin embargo, su naturaleza tramposa resulta particularmente arriesgada.

Las razones que nos llevan a mentir son numerosas. Podemos mentir por conveniencia, por vergüenza, por interés, por miedo e incluso por respeto a nuestro interlocutor. Utilizamos las mentiras como un escudo para proteger nuestras inseguridades y carencias, pero cuando menos lo esperamos, se pueden volver contra nosotros.

Según expertos, la mentira cumple una función adaptativa y es la de evitar situaciones en las que la verdad puede causar más dolor que beneficio. Se utiliza a diario y en todo tipo de interacciones. En la mayoría de las veces no tienen mayor trascendencia e incluso algunas son aceptadas por convención social, el problema surge cuando las utilizamos para apoyar nuestra inseguridad o para alejar el miedo a no ser aceptados tal y como somos.

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El 50% de las mentiras pasan desapercibidas, pero cuando se descubren tienen claras consecuencias. La primera y fundamental es el deterioro de la credibilidad y confianza. Después de que alguien nos haya mentido en algún aspecto que era importante para nosotros, lo más probable es que cuestionemos todo lo que nos diga en un futuro.

Preferimos la mentira para ser felices. No hay más explicación.

Constituye, como diría la psicoanalista Anna Freud, un mecanismo de defensa (es decir, un proceso psicológico que protege al individuo de la ansiedad y de la conciencia de amenazas o peligros externos o internos. Los mecanismos de defensa mediatizan la reacción del individuo ante los conflictos emocionales y ante las amenazas externas).

La mentira nos ayuda a evadirnos «del mundo» y formar «nuestro mundo», que es más bonito y más feliz.

Nos ayuda a vivir el día a día y no preocuparnos incesantemente por el futuro.

Pero más que mentiras yo creo que es más conveniente hablar de esperanzas.

Esperar poder vivir toda tu vida con tu pareja no es una mentira; es, simplemente, crear unas expectativas futuras que pueden o no pueden llegar a hacerse verídicas.

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