Un sujeto encuentra a un viejo amigo, que vive tratando de acertar en la vida, sin resultado. «Voy a tener que darle un poco de dinero«, piensa.
Sucede que, esa noche, descubre que su amigo es rico, y que ha venido a pagar todas las deudas que ha contraído en el correr de los años. Van hasta un bar que solían frecuentar juntos, y él paga la bebida de todos.
Cuando le preguntan la razón de tanto éxito, él responde que hasta hace unos días antes, había estado viviendo el Otro.
– ¿Qué es el Otro? – preguntan.
– El Otro es aquel que me enseñaron a ser, pero que no soy yo.
El Otro cree que la obligación del hombre es pasar la vida entera pensando en cómo reunir dinero para no morir de hambre al llegar a viejo. Tanto piensa, y tanto planifica, que sólo descubre que está vivo cuando sus días en la tierra están a punto de terminar.
Pero entonces ya es demasiado tarde…
– Y tú, ¿Quién eres?
– Yo soy lo que es cualquiera de nosotros, si escucha su corazón.
Una persona que se deslumbra ante el misterio de la vida, que está abierta a los milagros, que siente alegría y entusiasmo por lo que hace. Sólo que el Otro, temiendo desilusionarse, no me dejaba actuar.
– Pero existe el sufrimiento – dicen las personas en el bar.
– Existen derrotas. Pero nadie está a salvo de ellas. Por eso, es mejor perder algunos combates en la lucha por nuestros sueños que ser derrotado sin siquiera saber por qué se está luchando.
– ¿Solo eso? – preguntan las personas del bar.
– Si. Cuando descubrí eso, decidí ser lo que realmente siempre deseé. El Otro se quedó allí, en mi habitación, mirándome, pero no lo dejé entrar nunca más, aunque algunas veces intentó asustarme, alertándome de los riesgos de no pensar en el futuro.
En aquel momento, sentí que la Otra dejaba mi cuerpo, y se sentaba en un rincón de la pequeña habitación.
Yo miraba a la mujer que había sido hasta ese momento: débil, tratando de dar una impresión de fortaleza. Con miedo a todo, pero diciéndose a sí misma que no era miedo, sino la sabiduría de quien conoce la realidad. Levantando paredes en las ventanas por donde entraba la alegría del Sol, para que no dañase los muebles viejos.
Vi a la Otra sentada en el rincón del cuarto: frágil, cansada, desilusionada. Controlando y esclavizando aquello que debía estar siempre en libertad: los sentimientos. Tratando de juzgar el amor futuro por el sufrimiento pasado.
El amor es siempre nuevo, no importa que amemos una, dos , diez veces en la vida: siempre estamos ante una situación que no conocemos.
El amor puede llevarnos al infierno o al paraíso, pero siempre nos lleva a algún sitio.
Cuando la Otra se apartó de mí, mi corazón volvió a conversar conmigo. Me contó que la grieta en la pared del dique dejaba pasar un torrente, que los vientos soplaban en todas direcciones y que él se sentía feliz porque yo lo escuchaba de nuevo.
Paulo Coelho, «A orillas del Río Piedra me senté y lloré»