Deprecated: Creation of dynamic property Google\Site_Kit\Modules\Ads\Web_Tag::$home_domain is deprecated in /home/users/curarconreiki/www/refleja.pe/wp-content/plugins/google-site-kit/includes/Modules/Ads/Web_Tag.php on line 37
Los cerebro de las mujeres y hombres son diferentes - Refleja Desarrollo Humano itemtype='https://schema.org/Blog' itemscope='itemscope' class="post-template-default single single-post postid-2175 single-format-standard wp-custom-logo mec-theme-astra ast-desktop ast-separate-container ast-right-sidebar astra-4.6.13 ast-blog-single-style-1 ast-single-post ast-inherit-site-logo-transparent ast-hfb-header ast-normal-title-enabled elementor-default elementor-kit-24369">

Los cerebro de las mujeres y hombres son diferentes

Los cerebro de las mujeres y hombres son diferentes

“LOS CEREBROS DE HOMBRES Y MUJERES SON DIFERENTES, IGUAL QUE LAS MAMAS”

1486989502 604525 1487187384 noticia fotograma

El neurocientífico Óscar Marín. FUNDACIÓN BBVA / VÍDEO DE EL PAÍS TV

El neurocientífico lidera un nuevo centro de trastornos del desarrollo cerebral en Londres

MANUEL ANSEDE

Uno de los grandes pensadores de la Antigüedad, el científico y filósofo griego Aristóteles, estaba convencido de que el corazón llevaba las riendas de las sensaciones y los movimientos del cuerpo humano. El cerebro, defendía el sabio, era poco más que un órgano frío que refrigeraba la sangre. Más de dos milenios después de su muerte, el órgano de kilo y medio que todos llevamos dentro del cráneo sigue siendo un gran desconocido. Óscar Marín, nacido en Madrid en 1971, lucha contra esta ignorancia en primera línea de fuego. Desde hace tres meses, dirige el nuevo Centro de Trastornos del Neurodesarrollo en el King’s College de Londres, con 150 personas a su cargo. Su equipo estudia cerebros de ratón, pero también crea neuronas humanas a partir de células madre embrionarias y genera una especie de minicerebros en el laboratorio. Hace unos días, pasó por Madrid para participar como jurado en los premios Fronteras de la Fundación BBVA.

Pregunta. El neurólogo británico Oliver Sacks contaba en su libro Musicofilia el caso de un cirujano al que le cae un rayo y a partir de ese momento se convierte en un gran pianista. Otro caso célebre es el de Nadia Chomyn, una niña inglesa con autismo del tipo savant que, desde los tres años, dibujaba caballos como una artista adulta. ¿Estos fenómenos tienen una explicación científica?

Respuesta. No sé si realmente tenemos una explicación científica para ellos, pero ilustran un poco lo complejo que es nuestro cerebro y, quizá, las capacidades que tiene, a veces mal explotadas. El segundo caso es más sencillo, encaja un poco mejor en la idea de que el 80% de nosotros construimos nuestro cerebro más o menos de una manera parecida, pero hay extremos en esa normalidad que se escapan un poco. Estas configuraciones son a veces patológicas y a veces geniales. A mí me gusta esa idea que enlaza la genialidad con la locura. Es un poco simplista, pero creo que a las personas que tienen ciertas capacidades un poco especiales lo que les ha ocurrido es que su cerebro se ha desarrollado de una forma ligeramente diferente, lo que les ofrece más oportunidades para desarrollar ciertas habilidades respecto a otras.

P. En la web de su laboratorio usted dice que, entendiendo el desarrollo de la corteza cerebral, incluso se podrán prevenir trastornos psiquiátricos. ¿Prevenir?

«Me gusta la idea que enlaza la genialidad con la locura»

R. Yo creo que sí, si conociéramos bien la genética. Con suficiente información, yo creo que seríamos capaces de predecir esas trayectorias [del desarrollo cerebral]. Ahora mismo la información genética está empezando a ser muy fácilmente accesible. En los próximos años se podrá saber de manera inmediata cuáles de las 200 o 300 mutaciones que todos llevamos encima —diferentes de las de nuestros padres— son potencialmente patológicas. Una vez que tienes esa información, si entiendes bien cómo se desarrolla el cerebro y sabes cómo cada una de esas mutaciones va a afectar a tu trayectoria desde muy temprano, podríamos predecir hacia dónde se va a dirigir tu cerebro. Y podríamos tomar una decisión muy temprano respecto a si eso te va a conducir a una patología psiquiátrica o no. Si eso es así, llegados a ese punto, con toda esa información, seríamos capaces de poder modificarlo.

P. La neurocientífica israelí Illana Gozes resalta el enfoque de género: que hay más mujeres con alzhéimer y más hombres con autismo. ¿Esto a qué se debe?

R. Conozco menos el tema de las degenerativas, pero respecto a las enfermedades del desarrollo creo que empezamos a entender un poco qué es lo que ocurre. Yo creo que existen facetas del desarrollo del cerebro que son dimórficas. Hay células que durante el desarrollo del cerebro responden de manera diferencial, por ejemplo a hormonas u a otro tipo de influencias externas. Es muy probable que no sea simplemente porque respondemos de manera diferente, sino porque a lo mejor el momento en el que ocurren esas respuestas es diferente. A lo mejor eso, en el caso del desarrollo del cerebro, abre una ventana de vulnerabilidad más grande para los chicos que para las chicas, en función de esas diferencias.

P. ¿Cómo?

R. En una etapa en la que el cerebro es muy sensible, quizás las mujeres están protegidas por alguna de las hormonas o moléculas que se expresan solo en su cerebro y no en el de los hombres. Yo creo que tienen que ser cambios relacionados con eso: vulnerabilidad en torno a periodos que son especialmente críticos en el desarrollo del cerebro, que hacen que de alguna manera el cerebro de los chicos esté expuesto a más influencias. Y seguramente esas ventanas de vulnerabilidad ocurren también en el caso de las mujeres, pero a lo mejor suceden en épocas en las que su efecto sobre el desarrollo del cerebro es menor y quizás por eso hay una menor incidencia de casos. Está claro que no es porque tengamos diferente composición genética. Las mutaciones, salvo casos muy especiales que están ligados al sexo, ocurren por igual en hombres y en mujeres, pero seguramente afectan a un periodo del desarrollo del cerebro en el que en el caso de los chicos a lo mejor es más vulnerable durante esa etapa. Seguramente seremos capaces de modificarlo, si lo entendemos bien.

«Las diferencias que existen entre hombres y mujeres no son exclusivamente culturales»

P. ¿Los cerebros de hombres y mujeres son diferentes?

R. Sin duda. Hay ciertas estructuras que son más grandes en el cerebro de una mujer que en el de un hombre. En el hipotálamo, por ejemplo, hay núcleos que controlan algunos de nuestros comportamientos primarios que son diferentes. En las amígdalas cerebrales también hay ciertas diferencias. Hay muchos ejemplos de circuitos dimórficos en muchas especies de mamíferos, lo cual no es ni mejor ni peor. Es simplemente como es, igual que hombres y mujeres tenemos mamas, pero las desarrollamos de manera diferente. A nuestro cerebro le pasa un poco lo mismo. Yo creo que no tiene nada que ver con nuestras capacidades, sino con cómo se desarrolla la estructura de nuestro cerebro. En modelos animales, en Drosophila [las moscas del vinagre], por ejemplo, sabemos que existen circuitos neuronales que están presentes solo en uno de los dos géneros. Es solo cuestión de tiempo que encontremos lo mismo en mamíferos. Ya tenemos algunas buenas pistas.

P. ¿Tener un hipotálamo más grande no confiere, digamos, superpoderes respecto a un hombre?

R. No creo que sea una cuestión de superpoderes. Yo creo que explica, en cierta medida, por qué nos comportamos de una manera o de otra.

P. ¿Que los cerebros de mujeres y hombres sean diferentes puede explicar, por ejemplo, por qué los presidiarios son casi todos hombres?

R. Las diferencias que existen entre hombres y mujeres no son exclusivamente culturales. Hay una base biológica que subyace a algunas de nuestras diferencias. Todavía no entendemos en profundidad cómo se manifiestan, pero las diferencias que existen entre géneros no son única y exclusivamente culturales.

«Todo lo que hacemos lo hacemos porque tenemos un cerebro dentro de nuestra cabeza que determina de alguna manera cómo nos comportamos»

P. ¿A qué diferencias se refiere?

R. Por ejemplo, la capacidad para reaccionar de manera diferente a la violencia: la agresividad innata de los machos, que no solo ocurre en nuestra especie. Esto no quiere decir, obviamente, que las mujeres no puedan ser agresivas. Una parte muy importante de nuestro comportamiento tiene sus raíces en nuestra cultura, nuestra educación, etcétera. Somos una especie social. Pero todo lo que hacemos lo hacemos porque tenemos un cerebro dentro de nuestra cabeza que determina de alguna manera cómo nos comportamos.

P. En el nuevo Centro de Trastornos del Neurodesarrollo que usted dirige en Londres van a priorizar autismo, esquizofrenia y epilepsia. ¿Por qué?

R. No hemos escogido las enfermedades al azar. Cada vez hay más evidencias que sugieren que casi todas estas enfermedades surgen como producto de una desviación del desarrollo típico del cerebro, desde el punto de vista absolutamente biológico. Los cerebros se terminan construyendo de una manera o de otra. En el 90% de los casos se construyen de acuerdo a un patrón que denominamos normal. En los extremos hay formas ligeramente alternativas de construir nuestro cerebro, que están relacionadas con variaciones genéticas, etcétera. Y algunas de estas formas terminan produciendo una patología que reconocemos. Pero la sensación que tenemos es que esta desviación del neurodesarrollo es más bien un continuo y no tanto entidades clínicas muy diferentes. Digamos que el cerebro se puede desarrollar en un número relativamente finito de configuraciones. En la configuración que llamamos normal pues, más o menos, nos apañamos. Y en otras configuraciones hay tareas con las que nuestro cerebro se las apaña peor.

«Cada vez hay más evidencias que sugieren que autismo, esquizofrenia y epilepsia surgen por una desviación del desarrollo típico del cerebro»

P. ¿Un continuo?

R. Seguramente todas estas enfermedades tengan una base relativamente similar. A lo mejor son casos más o menos extremos. O quizás esa desviación del plan ocurre antes o después en el desarrollo. Si ocurre muy temprano, pues a lo mejor termina siendo autismo. Si ocurre un poquitín más tarde y tiene más influencia en la adolescencia, cuando tu cerebro todavía se está desarrollando, a lo mejor eso está más relacionado con la esquizofrenia. En cualquier caso, lo que pensamos es que tenemos que ir al principio de todo esto. Cuanto antes seamos capaces de identificar esa desviación del plan y antes actuemos, con mayor facilidad podremos corregir esa trayectoria, muy probablemente.

P. ¿Y qué pasará con los pacientes que ya son adultos?

R. Yo creo que a esas edades es más complicado actuar. No creo que vayamos a tener un fármaco mágico que de repente te haga comportarte de otra forma, porque el hardware en ese momento ya está condicionado para que hagas una serie de cosas. Si no has hecho deporte en toda tu vida, a lo mejor si empiezas a los 60 años puedes conseguir algo, pero hay ciertas cosas a las que ya no vas a poder llegar. Yo creo que a nuestro cerebro le pasa un poco lo mismo. Por eso el énfasis tiene que estar en encontrar cuanto antes esas desviaciones y, quizá, si actuamos muy temprano podamos evitar que los pacientes lleguen a ese estado.

P. Hay muy pocos fármacos y los que hay no siempre funcionan.

R. Creo que no hay ningún fármaco para trastornos del cerebro en el mercado que haya sido originado de una forma totalmente racional. Casi todos han sido identificados por casualidad y se les ha encontrado una aplicación. Y, en la mayor parte de los casos, ni siquiera funcionan para la mayor parte de los pacientes. Además, los que funcionan son puramente sintomáticos. Tratas los síntomas, pero en realidad no estás corrigiendo el problema de origen. Esos tratamientos son necesarios en personas que ya son adultas, en las que tienes que tratar los síntomas de alguna manera. Aun así, seguimos sin tratar la esquizofrenia, por ejemplo. Tratamos más o menos la psicosis, con ciertos problemas. Los brotes psicóticos son esporádicos y normalmente, salvo los tres que salen en prensa al año, suelen ser controlados relativamente fácil. Pero no tenemos nada para el fondo de la enfermedad, que es un trastorno cognitivo muy importante por el que las personas son incapaces de tener una vida social más o menos normal. No tenemos ningún tratamiento que les ayude a mantener la cabeza un poco más en orden de lo que la tienen, simplemente porque todavía no sabemos muy bien qué es lo que les pasa.

«El problema más importante que se va a plantear es hasta qué punto, desde un punto de vista ético, vamos a estar capacitados para intervenir temprano en el cerebro»

P. Una vez que entiendan bien los problemas en el desarrollo del cerebro que conducen al autismo, la esquizofrenia y la epilepsia, ¿cómo se imagina usted un fármaco que pudiera cambiar ese desarrollo?

R. Parte de lo que pensamos que ocurre en el cerebro es que un conjunto de conexiones se sobredesarrolla o se infradesarrolla. Hay mucha homeostasis [autorregulación] en todo nuestro organismo, pero quizá el sitio donde es más espectacular es el cerebro. Durante el desarrollo, se las apaña no solo para ir construyéndose a sí mismo, sino para ir cubriendo huecos, por así decirlo. Cuando hay un fallo de algún tipo, el cerebro no deja un agujero, sino que intenta compensarlo de alguna manera. Por eso hablaba antes de trayectorias. No son tanto agujeros que van quedando en nuestro cerebro, sino desviaciones de cómo se van formando las cosas porque el propio cerebro intenta arreglarlo por el camino. Yo creo que podemos utilizar fármacos muy temprano, que nos permitan compensar un desacople inicial antes de que el cerebro se las intente apañar de otra forma y termine generando un circuito que a la larga no va a funcionar bien.

P. Usted anticipa dilemas éticos.

R. El problema más importante que se va a plantear en el futuro es cómo de temprano vamos a ser capaces de identificar que un problema va a surgir y hasta qué punto, desde un punto de vista ético, vamos a estar capacitados para intervenir. Por ejemplo, ahora hay mucha investigación en lo que se denominan pacientes de alto riesgo en psicosis. Normalmente son chavales de entre 14 y 16 años que van al médico porque se sienten raros. Sienten que hay algo que no funciona bien, que en alguna situación se han comportado de una forma un poco extraña. Hay métodos de diagnóstico bastante buenos para caracterizar esta población de pacientes, de los que sabemos que un tercio terminará desarrollando una psicosis. Pero solo un tercio de ellos, mientras que los otros dos tercios o no desarrollan esquizofrenia o terminan teniendo un problema psiquiátrico menor. Incluso aunque supiéramos qué está ocurriendo mal en el cerebro de esos pacientes ahora mismo y tuviéramos un fármaco que nos permitiera retrasar o compensar o incluso parar esa trayectoria hacia una patología, ¿qué hacemos? ¿Se lo damos a todos sabiendo que a lo mejor solo un tercio va a necesitarlo? No tenemos ni idea de qué va a hacer esta droga a los otros dos tercios que no la necesitan. A lo mejor los llevas a una trayectoria patológica. Imagínate trasladar este problema a un chaval de cinco o seis años, que tiene síntomas iniciales de autismo. Yo creo que va a haber una época en la que, incluso teniendo cierto conocimiento de posibles actuaciones terapéuticas, seguramente tengamos que empezar por casos extremadamente claros de diagnóstico cristalino, en los que no haya ninguna duda para empezar a aplicar algunos de estos tratamientos que no tenemos hoy en día pero, yo creo, tendremos en diez años.

P. ¿Como por ejemplo?

R. Muy probablemente empezaremos con pacientes que son muy claros, de autismo sindrómico, en los que sabemos que cuando tienes una determinada mutación hay un 90% de posibilidades de que desarrolles una enfermedad. El progreso en el tratamiento tiene que ir en paralelo al progreso en la identificación prematura de la enfermedad. Es un poco lo que ha pasado con el cáncer: si tienes unos marcadores un poco elevados en sangre, las probabilidades de que eso signifique tener un tumor primario en algún sitio son muy elevadas. En el cerebro tenemos que llegar a ese punto.

«No hay un autismo, sino muchos autismos. Y no hay una esquizofrenia, sino muchas esquizofrenias, de la misma manera que hay muchos cánceres»

P. El tratamiento del cáncer hace unos años era como lanzar una bomba atómica. Ahora es más como un francotirador de precisión. ¿Cree que eso va a pasar con el cerebro?

R. Sin duda. Ahora seguimos hablando de grandes grupos de enfermedades del cerebro, aunque estamos convencidos de que lo que metemos en ese saco son enfermedades muy diferentes. No hay un autismo, sino muchos autismos. Y no hay una esquizofrenia, sino muchas esquizofrenias, de la misma manera que hay muchos cánceres. Incluso hay cánceres primarios que afectan al mismo órgano que se originan por causas muy diferentes. Yo creo que el paralelismo con el cáncer es muy grande. Quizás la principal diferencia es la capacidad que tiene el cerebro de modificarse de forma más o menos continua, lo que hace que el problema sea dinámico, mucho más complicado, quizás. La misma enfermedad a lo largo de los años va cambiando, simplemente por el hecho de que nuestro cerebro va cambiando.

P. Parece que el concepto de la plasticidad cerebral no ha calado en el imaginario colectivo.

R. Sin duda. Una de mis charlas de divulgación empieza comparando el cerebro con un ordenador. Hablo a la gente 10 minutos con esta analogía y todo el mundo asiente, como que lo están entendiendo muy bien, pero llega un momento que les digo: «Bueno, pues todo esto que os he contado es mentira. Nuestro cerebro no funciona como un ordenador. De hecho, no se parece en nada a un ordenador». Nuestros circuitos no son fijos. Yo creo que esta imagen errónea del cerebro, como una máquina en la que los cables están conectados y no hay nada que hacer, tiene consecuencias además en la educación. La importancia de la plasticidad del cerebro está subestimada.

P. Hace siete años, el mayor organismo de investigación de España, el CSIC, sacó una nota de prensa presumiendo de que dos de sus investigadores, el biólogo Jordi Bascompte y usted, entraban en el comité editorial de la revista Science. Los dos únicos españoles. Ninguno de los dos trabaja ya en el CSIC. Ni siquiera en España, porque Bascompte también se fue, a la Universidad de Zúrich. ¿Qué le ha pasado en estos siete años a la ciencia española?

R. Hay una mezcla de dos cosas. Ha habido una crisis económica muy importante en España, que ha afectado a todos los sectores, incluida la ciencia. A la ciencia, quizá, con especial dureza, porque la seguimos entendiendo como una especie de lujo en nuestra sociedad. Lo que ha cambiado también es que quizá hemos perdido un poco la ilusión de transformar el país, también desde el punto de vista de la ciencia. Yo creo que hubo unos años en los 80 en los que los cambios en la política científica pusieron a España en el mapa. Transformaron completamente cómo se hacía la ciencia en este país y la llevaron a la modernidad. Hubo una especie de nuevo impulso en los 90, con algunas ideas más o menos acertadas y cosas interesantes, fundamentalmente en Cataluña en torno al político y economista Andreu Mas-Colell y la Institución Catalana de Investigación y Estudios Avanzados (ICREA). Lo de siempre: copiar lo que funciona en otros países e intentar adaptarlo. Yo creo que ese segundo impulso se ha visto truncado con la crisis y quizá con un poco de falta de iniciativas para hacer cambios de calado.

Fuente: El país

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

uno + 4 =

Share via
Copy link